Capítulo IV

Madre Coraje canta la Canción de la Gran Capitulación. La acción delante de una tien­da de oficial. MADRE CORAJE está espe­rando. Un ESCRIBIENTE saca la cabeza de la tienda.

Escribiente. La conozco a usted. Usted tenía consigo a un Pagador de los evangélicos, a uno que se había escondido. Mejor es que no se queje.

Madre Coraje. Sí me quejaré. Soy inocente, y si lo to­lero parecerá que tengo la conciencia negra. Me han roto a sablazos todo lo que tenía en la carreta. Y encima me exigieron cinco escudos de multa, no sé para qué.

Escribiente. Para su bien, le aconsejo no meta ruido. No tenemos muchas cantineras, y le dejamos el cambala­che a usted, sobre todo si tiene la conciencia negra y de tanto en tanto paga una multa.

Madre Coraje. Yo me quejo.

Escribiente. Como quiera. Espere, pues, hasta que el señor Capitán tenga tiempo.

(Desaparece en la tienda).

Soldado joven. (Llega alborotado). ¡Por la Madona! ¿Dónde está ese perro maldito de Capitán, que me estafa la propina y se la bebe con sus hembras? ¡Voy a matarlo!

Soldado más viejo. (Le sigue corriendo). ¡Cállate o vas derecho al cepo!

Soldado joven. ¡Sal fuera ladrón! ¡Te voy a hacer pi­cadillo! ¡Estafarme la recompensa, cuando fui el único del escuadrón que pasó a nado el río, y ahora no puedo com­prarme ni una cerveza! ¡Que no me vengan a mí con esas! ¡Afuera, para que te haga pedazos!

Soldado más viejo. ¡Jesús María, está marchando ha­cia su propia perdición!

Madre Coraje. ¿No le dieron la propina?

Soldado joven. Suéltame o también te bajo de un gol­pe. Estando de faena me da lo mismo.

Soldado más viejo. Salvó el caballo del Coronel y no le dieron propina. Todavía es joven, y hace poco que está en el baile.

Madre Coraje. Suéltale; no es un perro, como para te­nerlo encadenado. Exigir propina es algo muy razonable. Si no, ¿para qué se distingue uno?

Soldado joven. Y está dentro, emborrachándose. Sois unos cagones, nada más. Yo he hecho algo especial y quie­ro mi propina.

Madre Coraje. Jovencito, no me grite de esa manera. Tengo mis propios pesares, y, además conviene que cuide su voz; bien tendrá menester de ella cuando salga el Capitán. Después está aquí, y usted está ronco y no es capaz de pronunciar una letra, y él ni siquiera tendrá motivo de mandarle al cepo y hacerle ennegrecer allí. Los que gritan como usted se cansan pronto. No pasa media hora y hay que cantar para adormecerles, tan fatigados están.

Soldado joven. Yo no estoy fatigado, y aquí no se tra­ta de dormir a nadie. Hambre es lo que tengo. El pan lo amasan con harina de bellotas y de semilla de cáñamo, y encima lo sisan. Ese ahí dentro está putañeando con mi propina y yo tengo hambre. ¡Yo lo mato!

Madre Coraje. Comprendo, usted tiene hambre. El año pasado vuestro Capitán os mandó salir de las carreteras y meteros campo adentro para pisotear las mieses. Yo habría podido vender botas por diez florines, si alguien hubiese tenido diez florines y si yo hubiese tenido botas. Él se creía que en este año no andaría por la misma región, pero resulta que todavía está y el hambre es grande. Comprendo que ahora estéis furiosos.

Soldado joven. No lo soporto, y no me diga nada. No soporto la injusticia.

Madre Coraje. Tiene usted razón, pero, ¿por cuánto tiempo? ¿Por cuánto tiempo no soporta usted la injusticia? ¿Una hora o dos? Vea, eso no se lo ha preguntado usted, y eso es lo más importante. Como que, en el cepo, resul­ta muy triste descubrir que, de pronto, se soporta la in­justicia.

Soldado joven. No sé por qué la estoy escuchando. ¡Por Cristo!, ¿dónde está el Capitán?

Madre Coraje. Usted me escucha porque ya se dio cuen­ta de lo que le dije: su furia ya se ha esfumado; fue una furia corta, y lo que usted necesita es una bien larga; pero, ¿de dónde la habría de sacar?

Soldado joven. ¿Acaso me quiere contar que no es justo que yo pida mi propina?

Madre Coraje. Al contrario. Sólo digo que su furia no es lo bastante larga; con la que usted tiene no va a al­canzar gran cosa. Lástima. Si fuese larga yo misma le incitaría. Pero, ¿y si usted después no le hace pedazos por­que se da cuenta de que tiene el rabo entre las piernas? Entonces heme aquí, y el Capitán me arregla las cuentas a mí.

Soldado más viejo. Tiene mucha razón. Sólo es un pronto.

Soldado joven. Pues ya veremos si no le hago pedazos. (Desenvaina la espada). Apenas salga le hago pedazos.

Escribiente. (Saca la cabeza de la tienda). El señor Capitán viene en seguida. Sentaos.

(El joven soldado se sienta).

Madre Coraje. Ya se ha sentado. ¿No ve? ¿Qué le dije? Por lo pronto ya se ha sentado usted. Sí, sí, esa clase de gente nos conoce muy bien y sabe cómo manejarse con nosotros. "¡Sentaos!", y en seguida nos sentamos. Y estando sentados, ya se acabó la rebeldía. Es mejor que no vuelva a levantarse: para estar de pie, como estaba antes, es me­jor que no se levante otra vez. Ante mí no tiene por qué avergonzarse: yo tampoco soy mejor que usted. Si a todos nosotros hace largo rato nos han quitado el coraje... Como que, si meto ruido, podría perjudicarme en los negocios. Atienda, que le voy a contar algo de la Gran Capitulación.

(Le canta la Canción de la Gran Capitulación):

Cuando, otrora, fue mi edad florida,

creía yo ser algo muy especial.

¡No como cualquier hija de vecino,

anhelo de cosas superiores!

¿Pelos en mi sopa? ¡No por vida!

¡Y conmigo no hay caso, ni habrá!

(¡O todo o nada y, al menos, que no

sea cualquiera, cada cual es el arquitecto de su

propia fortuna y a mí no me ha de mandar nadie!)

Mas silbó el gorrión:

¡ni un año o dos!

Y marcharás al paso, cuan

lento o pronto todos van,

cantando tu pequeño son:

"Ahí viene ya"

Y todos, ahora ¡izquierda...,

izquier...

Propones tú, dispone Aquel:

¡No se hable más!

Y antes aún que hubo pasado el año

la porción amarga me tragué.

(¡Con dos críos encima y el pan que

está por las nubes y todos los demás menesteres!)

Cuando me caldearon bien el baño,

enseguida me senté.

(Hay que componérselas con las gentes,

una mano lava la otra, y si la

montaña no viene a mí...)

Y silbó el gorrión:

¿ni un año o dos?

¿Y marchas ya al paso, cuan

lento o pronto todos van,

cantando tu pequeño son:

"Ahí viene ya"?

Y todos, ahora, ¡izquierda...

izquier...!

Propones tú, dispone Aquel:

¡No se hable más!

Vi a muchos saltar los Cielos,

y astro alguno les logró aterrar.

(Con voluntad se llega al cielo,

la fe mueve

montañas, ya vamos a timonear

el barco).

Mas sintieron, al sumar anhelos:

¡Ya es difícil una calza atar!

(¡No hay que estirar la pierna

más

que lo que dé la cobija!)

Y silba el gorrión:

¡ni un año o dos!

Y marcharán al paso, cuan

lento o pronto todos van,

cantando su pequeño son

"Ahí viene ya".

Y todos ahora ¡izquierda...

izquier...!

Propone tú, dispone Aquel

¡No se hable más!

Madre Coraje. (Al soldado joven). Por eso pienso que te quedes no más ahí con la espada desnuda, siempre que tengas ánimos y que tu furia sea grande, porque el motivo que tienes es bueno, lo reconozco. ¡Pero si tu furia sólo es cortita, entonces es mejor que te vayas en seguida!

Soldado joven. ¡Anda a la mierda!

(Vase a tropezones. El soldado viejo le sigue).

Escribiente. (Saca la cabeza de la tienda). Ha llegado el señor Capitán. Ahora puede quejarse.

Madre Coraje. Cambié de parecer. No me quejo.

(Sale).